Resultados del primer concurso de historias de sismos

Xancura agradece a los participantes del primer concurso de relatos «Mi historia de sismos«. El evento estuvo abierto desde el 11 de septiembre hasta el 10 de octubre de 2021 y contó con la participación de 59 relatos escritos por nuestros seguidores en redes sociales.

Los cuentos que se presentaron permiten ver las profundas huellas que los grandes terremotos dejaron en niños y adultos, incluyendo la singular experiencia de un no-vidente; sin embargo, también se presentaron relatos anecdóticos llenos de humor y picardía.

Los ganadores fueron seleccionados por Daniel Carrillo (Uno de los escritores del libro «Sesenta historias del Terremoto del 60«) y por el profesor Luis Donoso (Geofísico de la UDD).

Pronto lanzaremos el segundo concurso.

¿Te animarás a contarnos tu historia de sismos?

A continuación los relatos ganadores:

1er lugar – Autor: Joaquín Vásquez

(premio: AlertNANO)

Mi primera experiencia con un sismo mayor fue el 27F. Me había quedado dormido recién en mi departamento en Santiago centro cuando sentí el ruido de los fierros y herramientas de las obras que estaban en construcción en el sector. Inmediatamente miré por la ventana y vi una cantidad casi infinita de destellos de luces por todo Santiago (tenía una excelente panorámica), fue tan irreal lo que vi que pensé que estaba soñando con algo así como una invasión extraterrestre.  Intenté pararme “para despertar”, cuando sentí un movimiento horizontal rápido que no me permitía estar en pie, lo entendí como un mareo hasta que vi la lámpara colgante del living chocando con el techo de un extremo al otro. Sólo ahí me di cuenta de que en realidad estaba despierto y lo que vivía era un terremoto. Al momento que asumí lo que estaba pasando me vino inmediatamente la sensación de que el edificio colapsaría, no esperaba otro resultado dada la intensidad del sismo y los crujidos de la tabiquería. Claramente en un piso 13 no quedaba otra opción que esperar a que todo se viniera abajo, ya que no había por donde escapar y además no tenía idea de la existencia de las normativas sísmicas, así que era una percepción de inseguridad total.

Una vez acabado el sismo no podía creer que el edificio hubiera resistido y mi primera sensación fue la de una segunda oportunidad de vivir, como volver a nacer, ya que nunca había tenido una experiencia cercana a la muerte a mis doce años de edad. Sólo fue en ese momento de mayor calma cuando me acordé de que no estaba sólo, y de hecho mi padre estaba ahí mismo, pero increíblemente no lo escuchaba debido al ruido tremendo que generaba el sismo (además teníamos las ventanas abiertas). Tal fue la percepción sonora (amplificado por una fábrica de vidrios que había en la calle), que me imaginé una ciudad totalmente en el suelo.

Cuando intentamos descender del edificio, advertimos a unas personas que estaban intentando tomar el ascensor, lo que indicaba el grado de sinrazón de algunos impulsados por la desesperación. Bajando la escalera se escuchaban llantos de personas que desesperadamente intentaban llegar al primer nivel, incluso algunos descendían sin ropa, un claro indicador de que en aquel entonces la supervivencia estaba por sobre la vergüenza. Al llegar al subterráneo del edificio partimos en auto a ver a mi madre al hospital, en ese entonces enfermera de turno.  Cruzamos gran parte de Santiago y por primera vez me sentí como en una película. El caos en las calles era total, nadie respetaba las preferencias del tránsito, los semáforos y luces apagadas, y la niebla mezclada con polvo le daba a la ciudad una sensación espeluznante. Una vez que nos reunimos con mi madre (casi dos horas después) dijo que nos “había dado por muertos” por la propia incomunicación y también por los rumores de colapso de edificios que comenzaban a circular por las radios. Finalmente, cuando supimos donde fue el epicentro, la pesadilla continuó hasta el día siguiente ya que toda nuestra familia era del sur y lo que se comentaba era de la “desaparición” de esa zona, así que sólo después de más o menos cien intentos de llamadas telefónicas pudimos comunicarnos a eso del mediodía para saber al menos que estaban vivos.

Con todo, ese día aprendí mucho, supe lo que era la escala de Richter y de Mercalli, aprendí a diferenciar entre magnitud e intensidad, también conocí lo que eran “las réplicas”. Asimismo, me di cuenta de la poca valoración que se le había dado al tema sísmico en Chile, notándose en la improvisación de nosotros y de la gente en general, la falta de certezas, y la incapacidad de nuestros organismos de emergencia por otorgar información rápida y fiable aquella noche.

2do lugar – Autora: Carmen Altamirano

(Premio: Libro «Sesenta historias del Terremoto del 60»)

Para el terremoto del año 1960 yo tenía siete años y vivía con mis padres y mi segundo hermano, Nelson, en Puerto Montt, muy cerquita del mar, arriba de la caleta Miramar. Estaba afuera en la calle jugando con mi hermano, cuando comenzó a temblar, me asusté mucho, no entendía qué pasaba, por qué se movía tan fuerte el suelo, la tierra ondulaba y en algunas partes de abría. Agarré a mi hermanito de la mano y nos sujetamos del cerco de la casa, recuerdo que al frente había un baile de jóvenes, bailaban Rock and roll y vestían a la moda de la época, ellas con faldas anchas y can can y ellos de casacas de cuero y muy bien peinados a la gomina…

Salieron todos arrancando y gritando que era el fin del mundo, clamando a Dios todopoderoso que los salvara. En eso veo que viene mi mamá y nos agarra a los dos y nos tiramos al piso de guata, hasta que pasó el temblor, sentí que era eterno, me tiritaban las piernas y me puse a llorar, mi hermano también. Mi mamá, muy valiente ella, nos explicó que eso había sido un terremoto, entramos a nuestra modesta casa de madera de autoconstrucción y estaba chueca, desnivelada y se había caído la loza, por suerte no fuimos tan damnificados como otros vecinos que vivían en los cerros y sus casitas rodaron hasta quedar destruidas.

A los días después vi en la medialuna y el campo que había cerca de mi casa, que aterrizaban helicópteros de USA trayendo alimentos no perecibles, queso, leche y a los niños les regalaban botas vaqueras de goma y eran muy lindas, habían rojas y blancas. También nos regalaban chocolates, golosinas y libros con materiales para colorear… Tiempo después me enteré de la inundación y destrucción de Valdivia, cuando se salió el río y sepultó gran parte de la ciudad, muriendo mucha gente.  Hubo mucho sufrimiento en esa zona, aún hoy cuando uno va a Valdivia y pasa por unos puentes se pueden apreciar los árboles y maderos grises que se asoman como mudos testigos de esa tragedia.

3er lugar – Autora: María Barrientos

(Premio: Libro «Sesenta historias del Terremoto del 60»)

Uf, mi historia es con el terremoto del 27F. Esa noche estaba en Curicó, pensábamos salir a comer con mi marido a la Plaza San Francisco, finalmente nos quedamos en casa de mis suegros compartiendo, ya era tarde y tenía sueño. Nuestro perro de un momento a otro comenzó a subir y bajar el sofá, de repente comienza el temblor e inmediatamente se corta la luz. Me aferro a mi marido en la entrada de la casa y luego fue algo increíble, nos movíamos de un lado a otro, sentíamos como si el techo se estuviera desclavando, solo me mantengo en pie porque estábamos afirmados entre los dos, pensé en ese momento que la tierra se abriría y nos tragaría. Cuando paró el temblor, tomamos el auto y fuimos con mi marido a Molina, para ver a un tío de él que vivía en una casa de adobe. Fue increíble ver la carretera, la polvareda, hoyos, rieles torcidos, impresionante, además, nunca olvidaré el olor a azufre que tenía Molina. Ya casi amaneciendo volvimos a Curicó, y nos agarró una réplica en el puente Mataquito, al ingreso de la ciudad. El auto se movía de un lado a otro y el puente estaba separado por unos cinco cm. Cuando pasamos por la Plaza San Francisco, lugar al que iríamos a comer, fue impactante, la iglesia había caído en su totalidad y la polvareda era increíble. Creo que si hubiese estado en ese lugar, viendo la iglesia caer, habría sido más traumático. Finalmente, volvimos a Santiago, pero era una pena tremenda ver las casas de la carretera en el suelo, los paso niveles caídos, la gente llorar en las orillas del camino. Solo espero que, cuando ocurra un nuevo terremoto, se encuentren más masificadas las tecnologías como Xancura, pues eso ayudaría a que las personas se encuentren aún más preparadas. Por eso amo a Xancura, los sigo en twitter y siempre estoy atenta a sus alertas, ya que me dan el espacio para tomar a mi familia y resguardarme de forma rápida.

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